Descripción
En 1940, durante la segunda guerra mundial, un hombre joven se instala solo en el pequeño pueblo de Taizé donde esconde refugiados, sobre todo judíos. Hoy esta comunidad es conocida en todo el mundo. Diez mil jóvenes de todos los países la visitan cada año. La comunidad de Taizé convoca encuentros en todos los continentes y permanece al lado de los más desfavorecidos del mundo.Se ha escrito mucho sobre la comunidad de Taizé, sobre la Iglesia de la Reconciliación y sobre los encuentros de jóvenes en este lugar único en Europa. Faltaba, sin embargo, una biografía actualizada del hermano Roger, su fundador y prior. Es lo que nos ofrece aquí Kathryn Spink. Su investigación la ha llevado a cabo tanto cerca del hermano Roger como de sus hermanos; los ha escuchado y ha leído todo lo que el hermano Roger ha escrito desde hace 45 años. El propio hermano Roger habla extensamente para contarnos sus orígenes familiares, el nacimiento y la realización de sus intuiciones, las etapas de una aventura arriesgada y finalmente coronada por el éxito, pero también con sus limitaciones, sobre todo en el camino del ecumenismo que tan bien había empezado. Únicamente podemos construir algo de lo que somos, con nuestros límites y nuestra fragilidad. Dios deja un tesoro de Evangelio en el charco de barro que somos.
Al fundador de Taizé le sorprende lo que ha ocurrido. Esta biografía narra el extraordinario camino espiritual de un hombre, así como la aventura de una comunidad cristiana del siglo XX.Nos ofrece mucho más que un reportaje; es una verdadera biografía donde aparecen a la vez un itinerario y las perspectivas de una vida y de un lugar relevante. Su relato, pasando constantemente de lo íntimo a lo universal, nos revela toda la amplitud de horizontes que hay en el corazón del hermano Roger de Taizé.
Durante su visita a Taizé el 5 de octubre de 1986, Juan Pablo II recordó el amor que su predecesor tenía por la comunidad de Taizé: Quisiera expresaros mi afecto y mi confianza con estas sencillas palabras con las que Juan XXIII, que tanto os amaba, saludó un día al hermano Roger: ¡Ah, Taizé, esa pequeña primavera!